cuando seamos ya mayores
y podamos dar consejos
de esos que hoy nos dan
y rechazamos
nos demuestre por fin
que simplemente hay que querer
a quien nos quiere.
Y que ella te quiera,
pero ya no la quieras
porque me quieres,
ni tampoco yo te quiera
porque empiece a querer
a aquél que ya he olvidado
y sigamos como hoy,
con la vida acuestas
y también un amor
contra el que hace tiempo
ya nos dimos por vencidos,
tanto tú, como yo, como aquél.
Aunque bien mirado,
tanto tú, como yo, como aquél
estamos juntos en esto.
Deberíamos quizás quedar
a tomar un café por ejemplo
y charlar así, como amigos,
de lo mucho que la quieres,
de lo mucho que te quiero,
y de lo mucho que él me quiere,
relativizar nuestras catástrofes
y reírnos un buen rato,
como de echo hacemos cada día
de otras cosas menos patéticas.
Y ya si eso después,
en volver a casa,
podremos otra vez sentirnos desgraciados
y humillados ante nuestra derrota,
y si nos apetece exagerar
llorar hasta quedarnos dormidos
y levantarnos a la mañana siguiente
con la misma absurda tristeza.
O quizás, sólo quizás,
comencemos a querer a quien nos quiere
y que así la próxima vez no sea un café
sino un par de cervezas lo que tomemos
para celebrar sin motivo
y podamos dar consejos
de esos que hoy nos dan
y rechazamos
nos demuestre por fin
que simplemente hay que querer
a quien nos quiere.
Y que ella te quiera,
pero ya no la quieras
porque me quieres,
ni tampoco yo te quiera
porque empiece a querer
a aquél que ya he olvidado
y sigamos como hoy,
con la vida acuestas
y también un amor
contra el que hace tiempo
ya nos dimos por vencidos,
tanto tú, como yo, como aquél.
Aunque bien mirado,
tanto tú, como yo, como aquél
estamos juntos en esto.
Deberíamos quizás quedar
a tomar un café por ejemplo
y charlar así, como amigos,
de lo mucho que la quieres,
de lo mucho que te quiero,
y de lo mucho que él me quiere,
relativizar nuestras catástrofes
y reírnos un buen rato,
como de echo hacemos cada día
de otras cosas menos patéticas.
Y ya si eso después,
en volver a casa,
podremos otra vez sentirnos desgraciados
y humillados ante nuestra derrota,
y si nos apetece exagerar
llorar hasta quedarnos dormidos
y levantarnos a la mañana siguiente
con la misma absurda tristeza.
O quizás, sólo quizás,
comencemos a querer a quien nos quiere
y que así la próxima vez no sea un café
sino un par de cervezas lo que tomemos
para celebrar sin motivo
un
absurdo e inteligente cambio de tornas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario