lunes, 4 de marzo de 2013

El traje


Admíteme ahora que ya no nos debemos nada
que te va a resultar en extremo difícil
encontrar un traje que te siente por lo menos
la mitad de bien que te sentaba mi amor.


Se ajustaba a tus mañanas
con una naturalidad sorprendente
y realzaba tus victorias
sin ningún reparo,
te hacía los hombros así,
dignos y bastante apetecibles
y no digamos cómo se ceñía a tus brazos
o te marcaba los abdominales
que no han vivido mejor época
que al resguardo de esa camisa.
Y cómo dignificaba tus malos días

e igualaba tus valores a los míos;
cómo por arte de quererte te parecías
cada día un poquito más a quien yo quería
a la orilla de ese traje.
Pero no se trataba sólo
de lo guapo que estabas con él puesto,
también te protegía del viento y de la soledad
y eso que era bastante barato,
te costó sólo el acostumbrarte a llevarlo.
Y por no hablar de lo bien que disimulaba tus derrotas,
volvías siempre de la vida satisfecho,
y eso que por lo que sé no tenías motivos.


Aún con todo ahora parece bastante lógico,
viéndolo ahí colgado cómo nos mira
evidenciando lo ajeno que me resultas sin él,
que dejaras un día de ponértelo,
pues la cotidianidad de su uso 
terminó por desgastarle el brillo
y algún que otro estirón al ponértelo
le había desgarrado las costuras.

Visto así no parece nada extraño,
todos desgastamos los trajes y los zapatos,
pero si te digo que ese traje no es sólo ese traje
sino todo lo que fuimos
entenderás al fin cómo y cuánto
te he querido.

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