La tempestad, Giorgione
En las
tormentas la vida no es vida. En las tormentas está la tormenta, el cielo y
luego la tierra. El horizonte que amenaza con desprenderse y si acaso más
tarde, como de reojo, el presente.
Las
tormentas se apoderan del universo, ensanchan los límites de la percepción y
casi ves más allá, los muros parecen caer un poco pero se mantienen en última
instancia. Y es por el viento, que se te mete en el alma y te arrastra un poco.
La
serenidad inunda el tiempo y ruedan poco a poco silencios por el suelo. Pero todo
esto antes de la lluvia.
Porque
en que llueve se acaba. La lluvia barre las calles y el alma y despiertas, se
lleva el olvido y la eternidad y se acaban los instantes por la monotonía de la
gota y la gota y la gota y la gota y la gota.
La
lluvia en verdad cae menos que la tormenta. La tormenta se desparrama más.
Ahoga más que el agua. La tormenta detiene. Es un aliento previo. Un remolino
de pelos. Infancia. Una profunda resignación. La ínfima duda, la ínfima
esperanza.
El
colapso interno en la inmensa serenidad céfira.
La tempestad es uno de los únicos cuadros que
se pueden atribuir inequívocamente al pintor veneciano del siglo XV Giorgione,
del cual tenemos escasos datos y una obra excesivamente desperdigada que
contribuye al misterio en el que se envuelve el autor.
Mayor
misterio si cabe presenta esta tabla, la ausencia de un tema explícito y
numerosos elementos que despistan a los excelentes críticos han propiciado
multitud de inverosímiles interpretaciones en busca de un tema y no menos cuantiosos
y complejos estudios históricos y mitológicos a la caza de una escena “ya
escrita” que le dé un necesario por qué a una mujer en pelotas amamantando a un
crío bajo la, digamos, divertida, mirada de un cazador, o soldado, o pastor (qué
difícil mamma mia).
A ver,
Manolito (para que se entienda, cualquier otro nombre despistaría a la crítica,
que es un profesor preguntando a un alumno), ¿cuál es el tema de La tempestad de Giorgione? - Una
tempestad, profe. - ¡No! ¡Mal! ¡Muy mal! Así nunca llegarás a nada… ¡Eres más
simple que…!
Bueno.
No es tan descabellado. ¿No?
Quizás
(que miedito) el tema… de La tempestad… es…
¿una tempestad?
¿Por qué
sino retrotraer la vista del espectador con ese esquema compositivo que te
sumerge de lleno en la ciudad estática y muda para luego forzosamente, de
reojo, casi por obligación, centrar tu vista (es lo que debes) en el primer
plano?
¿Por qué
esa aparente calma horrible de los personajes? ¿Por qué sino su intrascendencia?
Porque no nos engañemos, no importa quiénes son ni qué diablos hacen.
¿Por qué
un agua tan quieta, tan dolorosamente estancada, tan temiendo la lluvia?
¿Por qué
una ciudad de muros tan a punto de caer, tan al borde de desparramarse, tan
sujetas por el último aliento?
¿Por qué
un puente que duda si mantenerse en pie, que se pregunta en milenios los por qués?
¿Por qué
un aire tan poroso, tan del fin del mundo? ¿Por qué una luz tan amarga, tan
terrible? ¿Por qué una naturaleza tan profunda, tan dadora, tan a merced?
¿Por qué?
Pues porque
es una tormenta, y porque las tormentas son así.
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